Santa Cruz: el disfraz del patriarcado

Detrás del discurso de desarrollo del modelo cruceño, persiste una verdad invisible: la lógica patriarcal disfrazada de modernidad y progreso. Quedó al descubierto cuando Maria Galindo grafiteó “Santa Cruz, capital marica de Bolivia”, lo que, en lugar de llamar a la reflexión, ocasionó la molestia en la cruceñidad conservadora. Los dueños de la cúspide de la pirámide de poder regional no rechazaron el mensaje en sí mismo, sino el hecho de haber sido cuestionados en su condición de poder patriarcal. Muchos calificaron este hecho como un acto de provocación a la identidad cultural o como un atentado a la convivencia o armonía social. Otros debatieron desde la moralidad del arte callejero.

Esta lógica patriarcal no es nueva. El disfraz de modernidad solo oculta la continuidad a la lógica patriarcal de épocas coloniales que salen a la luz cada cierto tiempo o cada vez que hay un “acto de provocación”. Recordemos que en la Santa Cruz de las épocas coloniales, las mujeres indígenas fueron sometidas a domesticación y reducidas al trabajo reproductivo y la agricultura de subsistencia. Por otro lado, aunque las mujeres con privilegios administraban las haciendas, no tenían derecho a la propiedad de la tierra.

Esta estructura de poder tomó fuerza a mediados del siglo XX con la migración interna y el boom de la agroindustria extractiva. La burguesía terrateniente fundó instituciones como la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo (CAINCO), y el Comité Pro Santa Cruz, instituciones que acabaron reforzando la concentración del poder en círculos masculinos. Los hombres, por medio de los llamados cabildos organizados por ellos mismos, decidían sobre las cuestiones centrales de la vida económica y política de la región. La división de los roles de género tomó fuerza, con las mujeres asignadas a tareas sociales y trabajos precarios, a tiempo de quedar excluidas de participar en decisiones públicas de carácter económico y político.

Actualmente, esta herencia histórica se camufla. El ensamblaje entre el patriarcado y el extractivismo continua intacto, aunque disfrazado con discursos de emprendimiento y modernización. Esta realidad confirma los hallazgos de Baum/Svampa de que las economías extractivas están correlacionadas directamente con la reproducción de la jerarquía de géneros, es decir, las mujeres desplazadas a sectores precarios o informales (80% en la informalidad y mujeres asalariadas ganando la mitad que los hombres, según ONU Mujeres), mientras que los directorios de los grupos empresariales están monopolizados por los hombres (solo una de cada diez empresas grandes está liderada por una mujer en Bolivia).

Mientras los cruceños conservadores, vestidos de blanco impecable, controlan los espacios de poder regional, las mujeres cumplen roles secundarios como las ferias ganaderas o soyeras, la Expocruz, y los carnavales sinónimo de coronaciones de reinas de belleza patrocinadas por empresas agro-industriales. Butler y Bourdieu sostienen que este tipo de actos de performance solo llegan a reforzar el capital simbólico patriarcal y la jerarquía de géneros. Los salones donde se toman decisiones clave siguen teniendo muros coloridos que muestran el poder masculino con escenas coloniales de indígenas y conquistadores armados.

Aunque las mujeres están ganando algunos espacios públicos, como el Museo y Archivo Histórico Regional dirigido por la destacada historiadora Paula Peña o el Colegio de Economistas de Santa Cruz dirigido por primera vez por una mujer, Claudia Pacheco, todavía falta mucho para romper con la lógica patriarcal. Algunos espacios como el Comité Cívico Femenino, todavía reproducen un feminismo de clase que goza de privilegios y ejerce un dominio indirecto sobre las trabajadoras informales, las campesinas sin tierra o las trabajadoras domésticas. Este tipo de inclusiones de algunas mujeres en espacios de poder legitiman de alguna manera la verdadera exclusión de las mayorías.

El patriarcalismo cruceño viste de blanco impecable en los espacios de poder, desde las ferias agroindustriales, juntas directivas, hasta los cabildos políticos. El mensaje “Santa Cruz capital marica de Bolivia” fue borrado casi de inmediato, pero cumplió su fin último: incomodar al cruceño que no acepta ser cuestionado para sacar a la luz pública el patriarcado disfrazado de modernidad y desarrollo.

Paola Mamani es asistente de investigación de la Fundación TIERRA.

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