Según el censo de población 2024, en las comunidades rurales hay más hombres que mujeres. La merma de la población rural femenina está vinculada a la persistencia de la desigualdad de género. Probablemente, las mujeres abandonan sus comunidades no solo por falta de tierra, sino que huyen de los rígidos roles de género.

Dentro de los estudios agrarios, no solo en Bolivia, sino en América Latina, los conceptos de “feminización rural” y “feminización de la agricultura” tienden constituirse en el nodo central del análisis de género. Esta perspectiva explica que ante la falta de oportunidades económicas los varones se marchan y las comunidades se convierten en tierras de mujeres. Es una posición vanguardista porque además denuncia que, frente la ausencia masculina, las mujeres rurales están obligadas a trabajar el doble o el triple, aparte de asumir las tareas de cuidado. En la práctica, esta perspectiva, sin embargo, aún tiene desafíos para reflejar la complejidad de la estructura poblacional actual y su vínculo con ángulos silenciosos de la desigualdad de género.
El campo también expulsa a las mujeres, y posiblemente más que a los varones. Los resultados del censo de población de 2024, muestran que en la Bolivia rural hay más hombres que mujeres. El Índice de Masculinidad[1] indica un hecho específico: actualmente por cada 100 mujeres rurales, existen 110 hombres. En ciertas regiones, estos números son más profundos y están encabezados por la población joven. En realidad, la merma de la población femenina en familias campesinas e indígenas no es un dato inédito de 2024. Si rastreamos los censos pasados, vemos que esta tendencia viene apareciendo incluso desde 1990. El censo de 1992 mostró por primera vez más hombres rurales. Por cada 100 mujeres había 102 comunarios. Ciertamente es una diferencia mínima, pero en 2001 este dato fue aumentando: por cada 100 mujeres rurales, había 106 varones. En 2012, este dato subió a 108.
Bolivia: población rural e índice de masculinidad

[1] Se trata de un indicador demográfico. Muestra la relación entre hombres y mujeres en una población. Técnicamente se calcula el número de hombres por cada 100 mujeres (dividiendo hombres entre mujeres y multiplicando por 100).
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.
Las cifras mencionadas contraargumentan la narrativa dominante de la feminización del campo, pero ¿Qué realmente nos dice el índice de masculinidad? ¿Podemos plantear la masculinización de la ruralidad boliviana? Para empezar, de acuerdo, a la literatura sobre estudios poblacionales, la estructura poblacional por sexo rara vez es homogénea. En ciertos periodos, hay más hombres que mujeres o viceversa y eventualmente las cifras tienden a equilibrarse. Sin embargo, los desequilibrios deberían preocuparnos cuando el índice se aproxima a 110, porque indicaría un desajuste más complejo. En este caso, ya no responde meramente a cuestiones bio-demográficas, sino a causas sociales y fácilmente podría traducirse en implicancias. Por ejemplo, ante la falta de mujeres, el campo pierde capital social o en el peor de los casos encara el despoblamiento. En última instancia, el desequilibrio acentuado abate el desarrollo sostenible de una comunidad.
Segundo, más allá de lo cuantitativo, el actual índice de masculinidad en el contexto boliviano, es alarmante porque en parte visibiliza una realidad largamente silenciada. Las investigaciones de género han omitido la prevalencia de varones rurales y ciertamente con argumentos sustentados. Una de las explicaciones es que los varones retornan a la comunidad cuando hay registros poblacionales o cuando hay que cumplir cargos de autoridad. Así mismo se argumenta que, durante los censos nacionales, hay un movimiento incontrolado de población que altera de sobremanera la estructura poblacional. Por ende, la prevalencia masculina rural en los registros oficiales no reflejaría una residencia real ni una participación efectiva en el agro. Es decir, la masculinización del campo no tendría mucha cabida en los análisis de género.
No obstante, el índice de masculinidad, a pesar de sus posibles sesgos nos advierte acerca de un hecho sospechoso: la disminución de mujeres en zonas rurales. Esto podría estar directamente relacionado con el aumento de la migración femenina. Este dato debería inquietarnos y preguntarnos qué hace que las mujeres quieran migrar más que los varones. Hasta ahora se ha asumido que el campo expulsa a los actores rurales por la falta de tierras y oportunidades, pero probablemente las mujeres tengan otras motivaciones. Una hipótesis fundamental es que las mujeres no solo emigran por falta de recursos, sino también para escapar de un entorno conservador. Hoy, a pesar de los avances en las políticas de inclusión de género, la sociedad rural no es un espacio idóneo para las nuevas generaciones de mujeres que rompen el “techo de cristal", esa barrera invisible y sutil que limita la realización personal. El campo no da la bienvenida a mujeres jóvenes sin hijos; excluye a las mujeres que huyen o posponen el matrimonio; discrimina a las mujeres divorciadas. No todas las mujeres se resignan a cargar esa discriminación, entonces se marchan.
En conclusión, aunque los datos del Instituto Nacional de Estadística no son concluyentes para sostener automáticamente la masculinización del campo, sí funcionan como un punto de partida para advertir sobre la permanencia de los roles rígidos de género que podrían estar empujando a las mujeres a dejar las áreas rurales. La omisión sistemática de los indicadores de prevalencia masculina en los análisis sobre el mundo rural corre el riesgo de perpetuar las causas estructurales de opresión de género. Por lo tanto, urge revitalizar los estudios de género, no solamente con pensamientos contracorrientes, sino también estableciendo la posible retirada silenciosa de las mujeres rurales como un desafío de investigación nacional. De otro modo, los objetivos de un desarrollo rural equitativo y sustentable serán poco viables.
Irene Mamani es Investigadora asociada - TIERRA.