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La falsa solución de los transgénicos

La legalización de los transgénicos en Bolivia no responde a una necesidad técnica, sino a la exigencia de consolidar un modelo agroindustrial extractivista. Este modelo —que antepone el lucro de un pequeño grupo de poder por encima del medio ambiente, la soberanía alimentaria y la agricultura campesina— ha encontrado en el discurso de “modernización” la excusa perfecta.

 

Para entender la magnitud del debate sobre los transgénicos, primero es importante mirar lo que se pretende transformar. El agro cruceño genera cerca de 2.500 millones de dólares en exportaciones[1], de los que 1.300 millones de dólares en promedio corresponden a la soya y sus derivados.

Sin embargo, este peso macroeconómico debe contextualizarse: se construye sobre una base de subsidios estatales y privilegios fiscales. El modelo recibe, por ejemplo, combustibles subsidiados que abaratan los costos de mecanización y transporte, además de beneficiarse de un régimen tributario que protege sus costos y acrecienta sus ganancias. Esto significa que su contribución a la economía es menor, pero se beneficia de incentivos públicos y adicionalmente, los costos ambientales en los que incurre no son reconocidos.

A este “motor económico” se debe sumar una falla de origen: la baja productividad. Las cosechas de cultivos clave como soya, maíz, trigo y sorgo están muy por debajo de los promedios de países vecinos como Brasil, Argentina y Paraguay. Así surge una paradoja agroindustrial: el agro que es propuesto como la solución a la crisis, es un sector subsidiado e ineficiente.

A pesar de ello, el lobby agroindustrial ha sido intenso, buscando mostrarse como exitoso y merecedor de más apoyo estatal. La campaña mediática comenzó meses antes de las últimas elecciones. Titulares de prensa sobre la biotecnología ganaron espacios, posicionando el tema como un “debate urgente” en la agenda pública que necesita resolverse. La narrativa es simple y directa: sin transgénicos, el país pierde. Lo que no se dice, sin embargo, es que la baja productividad es también resultado del agotamiento de los suelos por el monocultivo extensivo, la falta de innovación agroecológica, el despojo de tierras a comunidades y el uso intensivo de agroquímicos que erosiona el suelo. Se ocultan los soportes artificiales que sostiene su fachada de éxito.

Para sustentar esta situación se puede ejemplificar con dos casos concretos. El maíz y la soya. Según el último informe de la Fundación TIERRA, el 83% del maíz en Santa Cruz ya se cultiva con semillas transgénicas. A pesar de ello, los rendimientos no han mejorado en las últimas dos décadas, manteniéndose invariables y con tendencia a la baja: De un máximo de 3,7 t/ha (2001-2010), cayó a 2,75 t/ha (2011-2020) y, pese a una recuperación en 2021, se estancó con un promedio de 2,96 t/ha entre 2022 y 2024. Este estancamiento perpetúa el déficit nacional de maíz.

Por otro lado, la soya, el único cultivo con uso legal generalizado de semillas transgénicas en el país, presenta una tendencia estable en sus rendimientos, sin registrar un incremento productivo en la última década. En el periodo 2014-2024, la productividad promedio se mantuvo alrededor de 2,20 toneladas de soya por hectárea, con un máximo de 2,51 t/ha. en 2021, y un mínimo de 1,92 t/ha. en 2024; Los datos fluctúan en torno al promedio, con variaciones entre un -8% y un +9%. (TIERRA, 2025).

Las consecuencias de este modelo recaen directamente sobre quienes sostienen la diversidad productiva del país. La estructura agraria es profundamente desigual. Los pequeños productores que representan el 80% de las unidades productivas agropecuarias ocupan solo el 20% de la tierra cultivada y están completamente arrinconados[2]. Se ven obligados a usar semillas transgénicas, no por las promesas de mayores ganancias, sino porque al estar rodeados de monocultivos transgénicos, sus cultivos convencionales se convierten en campos de refugio de las plagas que huyen de las plantaciones transgénicas.

En este complejo contexto, la pregunta central no debería ser si la biotecnología aumenta o no los rendimientos por hectárea, sino ¿qué proyecto de país buscamos? La vía transgénica consolida un camino que nos convierte en dependientes de exportación de commodities, de paquetes tecnológicos patentados por corporaciones del agronegocio, incrementando el uso de agrotóxicos y acelerando la pérdida de la biodiversidad. La alternativa está en potenciar la soberanía alimentaria, invertir en investigación para semillas mejoradas, promover sistemas agroforestales y fortalecer los mercados locales.

A la vez, el monocultivo rompe el tejido social y ejerce presión para la migración de campesinos e indígenas hacia la pobreza urbana. Dar curso a la demanda agroindustrial y legalizar los transgénicos, lejos de ser una solución, significaría institucionalizar un sistema agrario de exclusión que premia a los poderosos y castiga a los más vulnerables.

La disyuntiva es clara. No se trata de estar “a favor” o “en contra” de la ciencia, sino de definir para qué y para quién queremos esa ciencia. El debate sobre los transgénicos es y seguirá siendo una batalla entre dos modelos irreconciliables: uno que ve la tierra como un espacio de extracción rentista y otro como un espacio de vida, territorio, diversidad y soberanía.

Legalizar los paquetes de transgénicos no sería el inicio de la “modernización”, sino la consolidación de un modelo que fractura la tierra y el territorio, y cuya influencia política gana terreno en Bolivia.

Referencias

United Nations Conference on Trade and Development. (2023). The state of commodity dependence 2023. Obtenido de https://unctad.org/publication/state-commodity-dependence-2023

Food and Agriculture Organization of the United Nations. (2023). FAOSTAT: Data - Crops and livestock products. Obtenido de https://www.fao.org/faostat/en/#data/QCL

Populi. (2025). ¿Qué está pasando con el sector agrícola? https://populi.org.bo/que-esta-pasando-con-el-sector-agrícola/

TIERRA. (2025). Maíz transgénico en Santa Cruz: Evidencias y futuro del agro cruceñohttps://www.ftierra.org/index.php/publicacion/libro/267-maiz-transgenico-en-santa-cruz-evidencias-y-futuro-del-agro-cruceno

TIERRA. (2015). Importancia socioeconómica de la agricultura familiar en Bolivia. Obtenido de https://www.ftierra.org/index.php/publicacion/documentos-de-trabajo/attachment/152/52

Colque, G. (2024). Hablemos de economía boliviana sin ser economistas. ¿Cómo salir de la maldición de los recursos naturales? Obtenido https://ftierra.org/x/y/z/aimonocEeDsomelbaH.pdf

Instituto Nacional de Estadística de Bolivia. (2025). Agricultura: Cuadros estadísticos. Obtenido de https://www.ine.gob.bo/index.php/estadisticas-economicas/agropecuaria/agricultura-cuadros-estadisticos/

[1] Según el informe The State of Commodity Dependence 2023 de la UNCTAD, más del 94% de las exportaciones bolivianas corresponden a materia prima, evidenciando una alta dependencia. Siguiendo la metodología del organismo, se estima que entre 2023 y 2024, cerca del 24% al 25% de las exportaciones nacionales corresponden al sector agrícola y de este el 52% es por exportación de soya y sus derivadas

[2]  Se toma los siguientes datos de la información procesada del censo 2015: los productores de subsistencia (<1,5 ha/<5 bovinos) y productores con superficie entre 1,5-5 ha/5-30 bovinos, formando el 20% de la superficie cultivada. El restante entre 5,1 y 50 ha/ 31-60 bovinos; y más de 50 ha./ +60 bovinos conforman el 80% de la superficie cultivada (TIERRA, 2015).

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