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En Tacana II, la valentía indígena en la defensa del territorio se fortalece con tecnología

Enfrentamientos con animales salvajes, recorridos por sitios riesgosos y hasta encuentros con invasores ilegales son parte de las vivencias que guardan en su memoria los ‘monitores’ de la Central de Comunidades Indígenas Tacana II Río Madre de Dios (CITRMD) y sus cuatro comunidades. Se trata de indígenas a quienes la valentía les sobra en la defensa de su territorio, cuya labor es fortalecida con el apoyo de capacitación y el uso de las nuevas tecnologías.

"Casi nos han comido", relata Leonela Justiniano (27), refiriéndose a los animales salvajes que han hallado durante sus travesías, y luego agrega con la misma tranquilidad: "Sí, pero seguimos y seguiremos ahí". Leonela forma parte de un grupo de 12 monitores de la comunidad Puerto Pérez, una de las cuatro comunidades que conforman el territorio Tacana II junto a Las Mercedes, Toromona y El Tigre. Todas han convertido la defensa territorial en una tarea cotidiana y cada vez más planificada.

El territorio indígena Tacana II se encuentra en la Amazonía boliviana, específicamente en el extremo norte del departamento de La Paz, en la provincia Abel Iturralde, y limita al norte con el río Madre de Dios y la Reserva Nacional Manuripi, al oeste con el Parque Nacional Madidi entre otros, y hacia el sur con áreas de vida de pueblos indígenas en aislamiento voluntario y la Reserva del Bajo Madidi.

Por generaciones, los indígenas tacana han recorrido senderos leyendo su territorio como quien lee un libro ancestral: reconociendo rutas únicas en los troncos de los árboles, siguiendo el murmullo de los arroyos, memorizando la loma donde el sol dibuja una sombra diferente. Sus pies reconocen cada irregularidad del suelo, sus ojos detectan cualquier cambio sutil en la vegetación que advierte sobre una invasión.

El presidente de la Central de Comunidades Tacana II, Roland Mejía, con la tranquilidad de quien ha visto cambiar las cosas poco a poco, pero con la certeza de quien sabe que esos cambios importan, recuerda cómo los monitores territoriales comenzaron a hacer su trabajo, primero solo con descripciones y luego con fotografías.

"Tomábamos fotos para ver si había un desborde en la orilla del río o si había una quema, y eso era lo que se presentaba o se informaba", agrega. Pero las fotos, por más elocuentes que fueran, no decían dónde exactamente había ocurrido el problema, ni a qué distancia estaba de la comunidad, ni cómo llegar hasta ahí si era necesario hacer una denuncia formal.

Para precisar sus denuncias sobre irregularidades, esos recorridos que han sido la brújula más precisa para identificar su territorio —y cuya labor era sustentada por fotografías con descripciones—, ahora tienen el respaldo de la tecnología. Para ello, los indígenas recibieron una inducción inicial hace un año, la cual está siendo reforzada.

Por ello, a principios de mes, —en el marco del proyecto Monitoreo y Control Territorial (MyCT) que implementa Fundación TIERRA con el apoyo de Rights and Resources Initiative (RRI, por sus siglas en inglés)— 55 personas fueron designadas como monitores del territorio y se capacitaron en el uso de herramientas técnicas para defender su hogar. Asimismo, cuatro equipos de monitores afianzaron sus conocimientos del Sistema de Posicionamiento Global (GPS, por sus siglas en inglés), con el que principalmente buscan reconocer señales de deforestación y documentar con sus celulares lo que pasa en su territorio.

Los capacitados no son guardaparques profesionales ni funcionarios del gobierno. Son los mismos indígenas, padres de familia, líderes comunales que decidieron que vale la pena defender su tierra ante las constantes amenazas. Son personas que fueron elegidas por las mismas comunidades, quienes hacen constantes recorridos.  

"Siempre estamos viendo o cuidando nuestro territorio más que todo”, agrega Leonela. En su labor, la coordinación es clave. "Coordinamos todos para salir, pero más lejos tenemos que cuidarnos harto porque hay, ya sabes que hay indicios de otros invasores, todo eso, más adentro, ¿no? Y es peligroso, pues, tenemos que ir sí o sí todos".

Mejía es claro al señalar que no es que la tecnología haya llegado a enseñarles a ver su territorio, pues eso ya lo sabían desde siempre. Lo que pasó es algo considerable: ahora pueden traducir lo que sus ojos ven a un lenguaje que las autoridades entienden, con coordenadas exactas y datos precisos. "Hemos aprendido a marcar la distancia, de cómo poder llegar al sector del problema, entonces bajar el dato del sistema, la aplicación para realizar el trabajo (…). Hay una aplicación que se baja al celular y no necesita internet, entonces facilita para que la información en campo sea el resultado del trabajo que uno está realizando", destaca.

La herramienta que describe el dirigente es la aplicación ArcGIS Survey123, parte de un sistema que, a través de aplicaciones móviles, sin conexión a internet, registra incidentes para luego analizar los resultados, junto a las autoridades del territorio a fin de evaluar y se tome una decisión orgánica, sobre la amenaza.

La misma mano que señala el árbol centenario que sirve de referencia, ahora también toca una aplicación que registra su ubicación exacta. No es que la tecnología esté reemplazando la sabiduría ancestral; sino que finalmente se encontró una manera para interactuar con ella.

Por su lado, Leonela es pragmática cuando habla de las herramientas. Reconoce que la herramienta es de mucha utilidad, pero también identifica limitaciones: "En el GPS se utiliza vía celular, y eso dura un poco tiempo principalmente por la batería y en eso hemos visto deficiencias. Lastimosamente no todos los monitores tenemos celulares de alta gama con buena duración de la batería", agrega.

Otra observación que hace es que no todos los celulares funcionan igual. "Algunos teléfonos no agarran al 100% a nivel satelital porque son de baja capacidad. Por eso nos hemos reunido entre varios compañeros, y entre todos hemos sacado datos", explica. Así demuestran que nada los detiene porque se adaptan, se organizan y aprendieron a compartir recursos. La tecnología imperfecta se compensa con trabajo en equipo.

Los monitores, además, están afianzando su conocimiento sobre límites territoriales, prevención de incendios y cómo detectar minería ilegal. Pero también sobre algo más fundamental: cómo ejercer sus derechos sin depender de que otros vengan a defenderlos.

Cuando Mejía describe el trabajo actual de los monitores, sus palabras pintan una nueva realidad: "Queremos realizar un informe de datos de una situación, de un problema que se presente. Vamos a decir, el tema minero: sacamos puntos de referencia para ver qué es lo que están haciendo, si están al borde de la orilla del río, entonces todas esas cosas, o si hay algún incendio, se toma los puntos de referencia y se manda la información a las autoridades".

Aunque el manejo de GPS es fundamental, como siguiente paso tienen previsto aprender a usar un dron, también con georreferenciación.  La implementación del trabajo será gradual y se prevé que inicialmente se aplique la experiencia en Las Mercedes, en una lógica de "globo de ensayo". La idea es probar primero en una comunidad, aprender de los errores, ajustar el proceso, y luego expandir el conocimiento a las otras tres.

Durante el taller de capacitación, también se brindó información sobre derechos indígenas y ambientales para el monitoreo y control territorial, desde la autodeterminación en el fortalecimiento de sus espacios de decisión orgánica como TCO.

Junto a los monitores se programó como ejes de trabajo los límites territoriales: señaléticas; capacitación en la consulta previa y el plan de vida comunitaria; la prevención y el manejo de incendios forestales; y la verificación de la minería en el rio Madre de Dios y/o también en arroyos del territorio.

El territorio Tacana II no es solo un polígono en un mapa. Es el hogar de familias que están aprendiendo a proteger su territorio y el medio ambiente, pese a que su economía no marcha bien. La situación los hace vulnerables frente a la invasión minera o el narcotráfico, que es una de las principales actividades que no solo amenaza su territorio, sino también su armonía.

"A veces no sabemos cómo nosotros vamos a estar. Siempre estamos monitoreando y por eso también ya estamos vigilados. Eso ha pasado con unos grupos irregulares. Incluso hemos hecho nota a los militares para que nos ayuden a resolver esta clase de problemas porque no pueden estar metiéndose en nuestro territorio. Es algo peligroso", reconoce. Sus palabras revelan una realidad compleja: los monitores no solo documentan invasiones, sino que se convierten en objetivos de quienes invaden.

Al final de la conversación, Leonela resume todo con una pregunta retórica que define su trabajo: "Si nosotros no cuidamos nuestro territorio, ¿quién va a cuidarlo?". Con esa frase también ratifica que ellos no esperan ni esperarán a que otros vengan a resolver sus problemas. Ellos son la primera y última línea de defensa de su territorio, armados con sus conocimientos, con tecnología, con celulares con poca batería, pero con el respaldo de su organización y comunidades, y la certeza de que alguien tiene que hacer ese trabajo.

 

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